Detrás de una postal encontré el siguiente escrito, y al mirar esos objetos estoy casi seguro que Burton los usaba para buscar aquello que tanto anhelaba.
Tengo esta sensación que nunca he salido de la librería. Que nunca podré hacerlo. Aún cuando cruzo la calle, cuando me siento en el banco de una plaza, cuando estoy a cientos de kilómetros de la persiana que yo mismo bajé, lo único que veo son clientes. Si trabajara en una oficina me bastaría guardar los biblioratos y meter la engrapadora en el cajón para que todo ese mundo desapareciera. Salir a la vereda sería una experiencia renovadora, hacer las compras un verdadero respiro. Y sin embargo ahora no tengo forma de despertar de esta pesadilla. En las conversaciones con amigos puedo reconocer ese timbre de voz, ese cliente que ellos llevan dentro. Los reflejos de las vidrieras me muestran convertido en el monstruo que tanto temo.
Lo peor es saber que quizá no haya una salida. Y que si la hubo fue hace ya mucho tiempo. De todas formas tengo que seguir buscando, antes que vea mi propio puño golpeando un mostrador pidiendo el libro de quejas.