"En el principio creó Dios los cielos y la tierra. Y Dios vio que estaba bien. El verde de los árboles, la altura de las montañas, el croar de las ranas. Todo era armonía. Y entonces Dios creó el primer mostrador... y una hueste de clientes surgió de las tinieblas. Y Dios calló y el mundo ya nunca fue el mismo".

lunes, 13 de abril de 2009

III

En estos días en que el clima todavía lo permite me gusta dejar las ventanas abiertas. Sentir el fresco mientras reviso los papeles. A veces me distraigo mirando las bibliotecas. Sobre un estante hay un globo terráqueo, más arriba un catalejo. En otra habitación un telescopio acumula polvo.
Detrás de una postal encontré el siguiente escrito, y al mirar esos objetos estoy casi seguro que Burton los usaba para buscar aquello que tanto anhelaba.

Tengo esta sensación que nunca he salido de la librería. Que nunca podré hacerlo. Aún cuando cruzo la calle, cuando me siento en el banco de una plaza, cuando estoy a cientos de kilómetros de la persiana que yo mismo bajé, lo único que veo son clientes. Si trabajara en una oficina me bastaría guardar los biblioratos y meter la engrapadora en el cajón para que todo ese mundo desapareciera. Salir a la vereda sería una experiencia renovadora, hacer las compras un verdadero respiro. Y sin embargo ahora no tengo forma de despertar de esta pesadilla. En las conversaciones con amigos puedo reconocer ese timbre de voz, ese cliente que ellos llevan dentro. Los reflejos de las vidrieras me muestran convertido en el monstruo que tanto temo.
Lo peor es saber que quizá no haya una salida. Y que si la hubo fue hace ya mucho tiempo. De todas formas tengo que seguir buscando, antes que vea mi propio puño golpeando un mostrador pidiendo el libro de quejas.

viernes, 10 de abril de 2009

II

Sentado frente a su escritorio tengo la sensación que no hay cronología que valga con Burton. Donde quiera que mire hay pensamientos escritos de forma apresurada, borradores desparramados, frases escritas con una caligrafía casi imposible de descifrar. Pero en todos se percibe ese malestar, ese rencor que parecía impulsarlo, como si Burton hubiera nacido ya marcado por la desgracia, por la fatalité.
Más leo sus escritos, más me convenzo que debo compartirlos. Como por ejemplo éste que ahora sostengo en mi mano. Dice Burton:
"Todo cliente es en definitiva un defensor de la prostitución. La señora de sesenta años, el ejecutivo, los padres con el cochecito; todos levantan sus billetes y exigen a gritos que los amemos, que los tratemos con respeto, que nuestras palabras sean tan dulces como la sonrisa de Magdalena.
La prostitución es, a fin de cuentas, la más sincera de las atenciones al cliente. Los cuerpos están desnudos y las intenciones a la vista. Podemos agregar ropa, mostradores, estanterías, y perfumar todo para que la moral no se ofenda. Pero básicamente estamos hablando de lo mismo.

No hay afrodisíaco más fuerte, para los clientes, que la hipocresía".

miércoles, 8 de abril de 2009

I

El Capitán Burton se fue.
No creo que vuelva. No debería volver en todo caso, si lo que busca es paz. Tampoco es seguro que sea eso lo que busca. Allá él.
Llevo días en su casa, revisando su escritorio, intentando poner sus papeles en orden. A veces vengo al atardecer; otras es bien entrada la medianoche y todavía estoy intentando armar las piezas de este rompecabezas.
Odiaba tanto al mundo, o por lo menos a una parte del mundo, que no pudo hacer más que describirlo, públicamente, con humor. Y sin embargo, en los cuadernos y notas que dejó, no hay muchas frases que inciten a la risa. Faltan sus boutades –como diríamos en mis tierras-. Son pensamientos escritos de forma desordenada, sensaciones de un alma perturbada por el odio.
Quizás sea una forma de acercarme al verdadero Burton, quizás solo logre alejarme por completo de él.
Como sea, su destino ya no está en mis manos.