"En el principio creó Dios los cielos y la tierra. Y Dios vio que estaba bien. El verde de los árboles, la altura de las montañas, el croar de las ranas. Todo era armonía. Y entonces Dios creó el primer mostrador... y una hueste de clientes surgió de las tinieblas. Y Dios calló y el mundo ya nunca fue el mismo".

miércoles, 16 de diciembre de 2009

VII

“¿Qué es lo que tanto me abate en la contemplación de la casa de Burton?”
Solía pensar esto cuando la visitaba, mientras revisaba sus papeles y los libros de su biblioteca. Ahora, que me encuentro en la comodidad de mi propia sala, la frase me vuelve a la cabeza. ¿Qué había en ese desorden meticuloso que me inducía a la tristeza? Como si se respirara en aquel lugar una atmósfera densa, un vapor maligno y pesado que emanaba de cada uno de los objetos.
La última vez que la visité, la noche en que descubrí hacia dónde había partido Burton, pude ver una grieta apenas perceptible que descendía desde el techo hasta los escalones de la entrada.
No volví, desde entonces, a visitarla. Ni siquiera ahora que regresé del viaje. Hace tiempo que entendí que la casa y Burton compartían el mismo destino. Me basta cerrar los ojos para ver la grieta abriéndose y los muros precipitándose en el abismo.



* Inspirado en La ruina de la casa de Usher de Poe

miércoles, 9 de diciembre de 2009

VI

“También éste –decía la nota de Burton- ha sido uno de los lugares oscuros de la tierra”.
La primera vez que la leí no supe a qué se refería. Imaginé que la habría escrito mirando por la ventana, en ese estado de odio y melancolía que lo caracterizaba. -Los atardeceres en la casa de Burton se duplicaban en paredes descascaradas y amarillas-. Pero ahora que todo terminó, ahora que descansa bajo la tierra de otro continente, pienso que quizás hablaba de si mismo, de las tinieblas que se habían instalado en su corazón y no lo abandonaban.
Siete meses atrás dejé todo y salí en su búsqueda. Pensé, ingenuamente, que podría encontrarlo y hacerlo entrar en razón. Ingenuo por partida doble. Burton estaba siempre un paso adelante. Escuchaba hablar de él constantemente durante el viaje. Historias fabulosas de un hombre que parecía crecer con cada paso que daba.
Sobre hacerlo entrar en razón, no podría haber anhelado algo más irreal. Cuando finalmente pude encontrarlo –pero esto es adelantar demasiado la historia- Burton ya no era un hombre. Se había convertido en la idea de un hombre, en algo mucho más grande, como el mal o la verdad.



* Inspirado en El corazón de las tinieblas de Conrad

viernes, 4 de diciembre de 2009

V

Puedo escribir los versos más tristes esta noche.
Escribir, por ejemplo: “La noche está estrellada,
y el cadáver de Burton enterrado, allá a lo lejos”.
O puedo dejar la poesía para los que saben y contar la historia como corresponde.
Contar, desde el principio, la trágica muerte del Capitán Burton.



* Inspirado en Veinte poemas de amor y una canción desesperada de Neruda.

jueves, 7 de mayo de 2009

IV

Necesitaba alejarme de Burton, por una cuestión de salud. Visitar su casa se estaba volviendo una obsesión. Cada vez me costaba más salir, y cuando lograba hacerlo sentía que Burton me seguía acompañando, me susurraba palabras obscenas al entrar a los negocios, me obligaba a permanecer callado y comprar sumisamente. Por eso esta ausencia.
Pero aquí estoy, otra vez, transcribiendo sus papeles.

Algún día la Base de Datos Universal de Clientes será una realidad, y el mundo se convertirá en un hermoso lugar para vivir. Un sistema para restar y sumar puntos basado en el comportamiento clienteril. ¿Me hizo sacar el libro de la vidriera y no lo va a llevar? Cinco puntos menos. ¿Encargó un libro que al final no necesita? Diez puntos menos. ¿Entró a preguntar algo cuando estábamos cerrando? Veinte puntos menos.
Y así con todo y en todos los negocios. ¿Quiere pedir una grande de muzzarella? No, no, lo siento señor, tiene bloqueado el delivery, su puntaje está en negativo. Venga a buscarla.
Qué lindo sería, todos queriendo ser mejores personas, todos amando y cuidando al prójimo.
Y motivados por aquello que realmente mueve al mundo; ni el desinterés, ni la misericordia, ni el altruismo. No. El egoísmo en su estado más puro.

lunes, 13 de abril de 2009

III

En estos días en que el clima todavía lo permite me gusta dejar las ventanas abiertas. Sentir el fresco mientras reviso los papeles. A veces me distraigo mirando las bibliotecas. Sobre un estante hay un globo terráqueo, más arriba un catalejo. En otra habitación un telescopio acumula polvo.
Detrás de una postal encontré el siguiente escrito, y al mirar esos objetos estoy casi seguro que Burton los usaba para buscar aquello que tanto anhelaba.

Tengo esta sensación que nunca he salido de la librería. Que nunca podré hacerlo. Aún cuando cruzo la calle, cuando me siento en el banco de una plaza, cuando estoy a cientos de kilómetros de la persiana que yo mismo bajé, lo único que veo son clientes. Si trabajara en una oficina me bastaría guardar los biblioratos y meter la engrapadora en el cajón para que todo ese mundo desapareciera. Salir a la vereda sería una experiencia renovadora, hacer las compras un verdadero respiro. Y sin embargo ahora no tengo forma de despertar de esta pesadilla. En las conversaciones con amigos puedo reconocer ese timbre de voz, ese cliente que ellos llevan dentro. Los reflejos de las vidrieras me muestran convertido en el monstruo que tanto temo.
Lo peor es saber que quizá no haya una salida. Y que si la hubo fue hace ya mucho tiempo. De todas formas tengo que seguir buscando, antes que vea mi propio puño golpeando un mostrador pidiendo el libro de quejas.

viernes, 10 de abril de 2009

II

Sentado frente a su escritorio tengo la sensación que no hay cronología que valga con Burton. Donde quiera que mire hay pensamientos escritos de forma apresurada, borradores desparramados, frases escritas con una caligrafía casi imposible de descifrar. Pero en todos se percibe ese malestar, ese rencor que parecía impulsarlo, como si Burton hubiera nacido ya marcado por la desgracia, por la fatalité.
Más leo sus escritos, más me convenzo que debo compartirlos. Como por ejemplo éste que ahora sostengo en mi mano. Dice Burton:
"Todo cliente es en definitiva un defensor de la prostitución. La señora de sesenta años, el ejecutivo, los padres con el cochecito; todos levantan sus billetes y exigen a gritos que los amemos, que los tratemos con respeto, que nuestras palabras sean tan dulces como la sonrisa de Magdalena.
La prostitución es, a fin de cuentas, la más sincera de las atenciones al cliente. Los cuerpos están desnudos y las intenciones a la vista. Podemos agregar ropa, mostradores, estanterías, y perfumar todo para que la moral no se ofenda. Pero básicamente estamos hablando de lo mismo.

No hay afrodisíaco más fuerte, para los clientes, que la hipocresía".

miércoles, 8 de abril de 2009

I

El Capitán Burton se fue.
No creo que vuelva. No debería volver en todo caso, si lo que busca es paz. Tampoco es seguro que sea eso lo que busca. Allá él.
Llevo días en su casa, revisando su escritorio, intentando poner sus papeles en orden. A veces vengo al atardecer; otras es bien entrada la medianoche y todavía estoy intentando armar las piezas de este rompecabezas.
Odiaba tanto al mundo, o por lo menos a una parte del mundo, que no pudo hacer más que describirlo, públicamente, con humor. Y sin embargo, en los cuadernos y notas que dejó, no hay muchas frases que inciten a la risa. Faltan sus boutades –como diríamos en mis tierras-. Son pensamientos escritos de forma desordenada, sensaciones de un alma perturbada por el odio.
Quizás sea una forma de acercarme al verdadero Burton, quizás solo logre alejarme por completo de él.
Como sea, su destino ya no está en mis manos.